¿AMLO busca reinstaurar el monopartidismo?

Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto. Foto Notimex

Alejandro García Magos

El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) quiere eliminar los diputados “de partido”, aquellos que llegan al congreso por la vía de la representación proporcional. La cámara baja de México tiene un sistema de representación mixto integrada por 500 diputados: 200 “de partido” o plurinominales y 300 de mayoría por cada uno de los distritos electorales en que se divide el territorio. El presidente dice que su objetivo es “garantizar la democracia” y pone un garlito: “¿Para qué tantos diputados? ¿Por qué no se quitan los 200 diputados plurinominales?”. ¿Dónde está el truco? Fácil: eliminar a los diputados “de partido” abre la posibilidad a llevarnos de vuelta al monopartidismo que vivió México en los 70’.

Las manzanas siempre parecen mejores en el huerto del vecino

El argumento que esgrime el oficialismo mexicano es que los diputados “de partido” no cuentan con la suficiente legitimidad democrática. Sugieren que por su origen responden exclusivamente a sus partidos y sus líderes (la “partidocracia”). Dicen además que los diputados “de partido” no están conectados con la “gente”, como sí lo estarían los de mayoría que tienen que patear la calle para ganarse los votos en sus distritos electorales.

Tiene gracia el asunto visto desde Canadá, aquí los partidos de izquierda piden lo contrario: abolir los distritos electorales y adoptar el método de representación proporcional para todo el país. El objetivo sería que el porcentaje de votos de cada partido se refleje nítidamente en su porcentaje de asientos en el Parlamento. Su principal argumento es, irónicamente, similar al de AMLO: los 338 miembros del Parlamento, uno por cada distrito electoral en que se divide el país, no reflejarían el sentir de la gente. Ello porque el sistema de mayoría castiga a los partidos minoritarios y crea mayorías “artificiales”, lo que no sería justo ni democrático nos dicen.

Hay que decir que el sistema electoral de cada país responde a su desarrollo político. En el caso mexicano no es una exageración decir que la transición democrática empezó con la introducción de diputados “de partido” en 1977. Gracias a la reforma electoral de ese año los partidos de oposición pudieron obtener representación en el Congreso, y esto en una época en la que el hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) barría en todos y cada uno de los distritos electorales. Por su parte, el sistema mayoritario canadiense es herencia directa de la tradición Westminster, común a muchos países de la Mancomunidad Británica de Naciones.

Caras vemos, corazones no sabemos

Una mirada más profunda revela que, muchas veces, los políticos que quieren cambiar las reglas electorales lo hacen movidos por un oportunismo cortoplacista. En México, el oficialismo olvida que ellos fueron uno de los principales beneficiarios del sistema mixto de representación en las elecciones de 2015. Ese año el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) de AMLO participó por primera vez en unas elecciones federales, recibiendo 35 diputaciones cuando sólo ganó en 14 distritos.

Ya se sabe que el poder cambia a las personas, y ahora que MORENA es mayoría busca adoptar un sistema puramente distrital que le permita arrollar a la oposición. Teniendo en cuenta que en las elecciones de 2018 MORENA y sus aliados ganaron 218 de los 300 distritos, es decir casi tres cuartas partes, bajo las nuevas reglas que ahora impulsan habrían obtenido el 73% de los escaños en la cámara baja con apenas el 46% de los votos. Como punto de comparación, en el año 1979 el PRI hegemónico obtuvo el 74% de las diputaciones.

Pero en todas partes cuecen habas. Fijémonos ahora en el caso canadiense y su actual primer ministro liberal Justin Trudeau, quien en 2015 prometió en campaña una reforma electoral para introducir diputados de partido. Ese año, contra todo pronóstico, Trudeau se alzó con la mayoría absoluta desbancando de forma humillante al Partido Conservador de Stephen Harper. Y adiviné usted lo que ocurrió con su promesa. Sí, acertó: se olvidó de ella. No sorprende: bajo las reglas de representación proporcional el Partido Liberal de Trudeau habría conseguido apenas el 40% de los escaños, mientras que el principio de mayoría le otorgó el 54%.

A mucha cortesía mayor cuidado

Los cambios de los sistemas electorales son presentados a los ciudadanos como una forma de hacer justicia y reforzar la democracia. Lo cierto es que, por la ley de Duverger, los sistemas de representación proporcional y de mayoría tienen sus pros y sus contras. El truco está en que generalmente los políticos que buscan cambiar las reglas, en un sentido o en otro, lo hacen buscando su propio beneficio (nadie se da un tiro en el pie). Como ciudadanos tenemos que irnos con cuidado. Ciertamente un cambio en el sistema electoral puede profundizar la democracia, pero siempre y cuando las reformas vengan del conjunto de partidos y no del gobierno.

A día de hoy, eliminar en México a los diputados “de partido” abriría la puerta a un monopartidismo para beneplácito de MORENA y malestar del resto de los actores políticos. En el caso de Canadá, adoptar un sistema de representación proporcional llevaría a un escenario similar al español, donde la extrema izquierda y los independentistas tienen la llave de la gobernabilidad, mientras que la extrema derecha gana terreno. Y digo a día de hoy porque estos escenarios pueden cambiar. Sin diputados “de partido” México podría caer en un sofocante bipartidismo como existe hoy en Estados Unidos. Y Canadá caer en la tragicomedia italiana donde los gobiernos duran meses y a veces días.

Lo importante aquí es saber que lo negativo no está en los sistemas electorales, pues cada cual tiene sus ventajas y desventajas. Lo negativo suele estar más bien en los motivos por los cuales se busca cambiarlos. Y ahí mucho cuidado.


Publicado en Latinoamérica21