Entrevista a Ricardo Sucre
El politólogo, psicólogo social y comunicador, Ricardo Sucre, afirma que la mayor parte del tiempo de los últimos cinco años se le fueron a la oposición en un conflicto de poder centrado más en sacar a Nicolás Maduro de Miraflores que en fortalecer a la Asamblea Nacional como institución política.
A su juicio, la dirigencia no fue capaz de lograr que la mayoría de la población, incluyendo a oficialistas y a opositores, se sintieran representados por igual en el Parlamento.
Sucre, quien además es profesor de la Universidad Central de Venezuela, conversó con Crónica.Uno vía teléfonica. De acuerdo con sus palabras, lejos de poder actuar apegada a sus roles constitucionales (legislar, controlar al resto de los poderes públicos y representar a sus electores), la Asamblea Nacional asumió un rol distinto.
Su dinámica desde el año 2016 fue buscar sustituir al Gobierno. Su rol no fue legislar, ni controlar ni representar, por eso no veo logros en esa materia, que son sus atribuciones naturales; sino que se enfocaron en ver cómo sustituir a Maduro. Comenzando 2016 Ramos Allup planteó que en 6 meses presentarían fórmulas para salir de Maduro; luego Borges planteó el tema de la vacancia del cargo; luego vino Barboza que quizá fue la gestión más cercana al trabajo de una Asamblea, en el sentido de tratar de articular y darle voz a las fuerzas políticas y a la gente; y luego Guaidó que durante dos años retomó y llevó al máximo la búsqueda del cambio de gobierno. En estos cinco años, la AN protagonizó un conflicto de poder buscando sacar a Maduro.
Pero Maduro sigue en Miraflores y desde esa perspectiva se puede afirmar que la Asamblea Nacional no fue efectiva en el desempeño de ese rol ¿cuál es su balance general del desempeño de la AN en estos cinco años?
–Tengo una evaluación negativa por varias razones. Primero, porque independientemente de que se reconozcan o no los resultados del 6-D, Maduro sigue en el poder. La AN se fijó una meta en 2016 —con el paréntesis de la gestión de Barboza como ya lo dije— en la que no se tuvo éxito. Segundo, creo que de alguna manera se subvirtió la función del Parlamento.
Quisieron hacer una insurrección parlamentaria, una transición parlamentaria en un país que no tiene un sistema parlamentario sino presidencialista.
Y en tercer lugar, como consecuencia de lo anterior, se debilitó a la oposición. Hoy sus cuadros están afuera, su estructura quedó muy debilitada, más allá de intento de reorganización a partir de la Consulta Popular. Y en la opinión de la gente, la oposición está poco valorada. Cuando la oposición ganó la AN en 2015, obtuvo 56 % de los votos, 2/3 de las curules, pero en ese mismo momento comenzó su crisis, cuando Ramos Allup se alió con VP y rompió el acuerdo de gobernabilidad parlamentaria.
¿Considera que hay algún aspecto rescatable de la gestión parlamentaria de estos 5 años?
–Diría que el esfuerzo que se trató de hacer en 2018 por darle a la AN un sentido de vocería política, que los sectores se vieran representados, que la gente viera en ella una instancia que era caja de resonancia, que fuera una referencia política. Pero fue un esfuerzo aislado. Barboza lo intentó pero no fue suficiente, quizá porque la AN ya venía arrastrando los efectos de 2016 y 2017. Creo que ese intento no fue parte de una decisión política consensuada de los partidos, sino que fue el estilo, la propuesta de Barboza. Pero también es cierto que esa política de Barboza no es la que la oposición quería ni quiere. Ni en la cúpula ni en la base porque lo que todos quieren es salir de Maduro ya. La gente quería y quiere una AN de choque, de conflicto, aunque paradójicamente eso no nos lleve a salir de Maduro.
¿Y el respaldo internacional alcanzado puede seguirse enarbolando como un logro?
–El reconocimiento externo no es un acierto pero tampoco un desacierto. A los efectos prácticos internos, eso no tiene impacto. El reconocimiento internacional de la AN hay que reevaluarlo en este momento, porque Trump, el principal aliado del continente, perdió la elección; la tendencia de los gobiernos de la región está cambiando. Vemos que perdimos el apoyo de Argentina, Bolivia y México. Chile podría reorientarse. Perú y Ecuador igualmente. Para mí, más allá de la Consulta Popular, el balance de los cinco años es negativo.
Usted mencionó que el único lapso en el que la AN estuvo cerca de su rol institucional fue durante la presidencia de Omar Barboza ¿pero cómo se podía sostener una política de reforzar el Parlamento desde el punto de vista político, en un contexto de acoso permanente de parte del resto de los poderes?
–La gran pregunta es ¿si el Parlamento hubiera actuado distinto, el gobierno de Maduro hubiera actuado distinto? No lo sé. Tengo mis dudas. Pero cuando hablo del reforzamiento político como una estrategia más cónsona con las funciones de la AN me refiero a que, por ejemplo, en enero de 2016, cuando se discutió el decreto de emergencia económica, la AN hubiese tratado de mantener la tensión política, de hacer las interpelaciones, votar, proponer, pero mantenerse al margen del “Maduro vete ya” porque eso puso en guardia al gobierno. Y digo esto sin querer excusar al Gobierno de todo lo que ha hecho, sin querer eximirlo de su responsabilidad.
¿Qué otra cosa piensa que pudo hacerse distinta?
–Faltó fue tratar de acercarse a los problemas de la gente. Ya en 2015 estábamos en el punto fuerte de la escasez de alimentos y medicinas. Arrancando 2016 la AN pudo haberse abierto a la gente, hacer sesiones especiales con los productores de alimentos, con los consumidores, darle base popular a su existencia, incluso aún a pesar del supuesto desacato. Yo hubiera aprobado el programa de gobierno de la oposición en la Asamblea, una visión de país que incluyera el tema económico, la Fuerza Armada independiente, etcétera. Pero el ‘Maduro vete ya’ metió a la AN en una dinámica de confrontación, en un conflicto de poderes. Creo que si se hubiese aplicado desde 2016 y de manera sostenida la política implementada por Barboza en 2018, la población hubiese valorado mejor al Parlamento.
Pero usted dijo que la gente no quería ni quiere una AN dialogante, sino de confrontación…
–Sí. Es complicado. Pero lo que tenemos hoy es que la promesa de la oposición en diciembre de 2015, aquello de “la cola para votar será la última cola” y aquello de “Maduro vete ya” no se cumplió. ¿Supo la oposición administrar bien su 56 % de apoyo popular? El otro error fue que la Mesa de la Unidad, el mecanismo institucional que tenía la oposición, se fundió con la AN. Se le trasladó todo el peso de la oposición a la Asamblea Nacional. Entonces la oposición perdió a la Asamblea como contrapeso del poder porque la gente ya no sabía si la Asamblea era el Poder Legislativo o era el cuartel general de la oposición.
¿De qué manera el desmantelamiento de la MUD incidió también en el desempeño de la Asamblea Nacional?
–En 2016 los líderes de la oposición convinieron en que el G4 no se podía trasladar al Parlamento, pero eso no se cumplió y eso le restó legitimidad a la institución porque una Asamblea Nacional es nacional: representa a todos, no solo a la oposición. Ellos perdieron de vista que muchos de los que votaron por la oposición en 2015 no eran seguidores de la oposición pero le aplicaron un voto castigo al gobierno. Entonces lo lógico era que la dirigencia defendiera la separación de la MUD y de la AN, que nombrara por ejemplo un enlace de la oposición con la AN, pero eso no se hizo. Lo que se hizo fue debilitar a la AN frente a un sector de los venezolanos que dejó de sentirse representada por la AN, y frente al gobierno que aprovechó esa situación para alimentar su discurso de que la Asamblea era ‘burguesa’. La oposición perdió la narrativa política, el trabajo de manejo y entendimiento político, luego pusieron las dos estructuras juntas: AN y MUD. Llevaron eso al Parlamento creyendo que eso iba a generar un superpoder y ya vemos lo que pasó.
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