Parlamentarismo. ¿Es lo que necesita la democracia en Brasil?
Por Guilherme Simões Reis
El presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, ha estado negociando una enmienda a la Constitución para que Brasil abandone el presidencialismo y adopte un sistema de gobierno semipresidencial. Tal medida es apoyada por políticos y juristas y serviría para complacer a la mayoría parlamentaria, reduciendo la presión para el posible proceso de impeachment de Jair Bolsonaro. Ya hemos visto esta película. Aunque el semipresidencialismo es un sistema de gobierno legítimo y cuenta con la defensa de diversos estudiosos, es necesario entender el contexto brasileño en el que diversos sectores tradicionales y clientelares de la política nacional llevan tiempo promoviéndolo de una manera específica.
La razón: en el semipresidencialismo, el presidente es elegido directamente, pero quien gobierna de hecho no es él, sino un primer ministro apoyado por la mayoría de los parlamentarios. De la misma manera que en el parlamentarismo puro (donde no hay voto popular para el presidente).
¿Cómo funciona el semipresidencialismo?
El grado de poder del presidente varía: en algunos países, como Francia, Rusia y las naciones africanas, su influencia es considerable o decisiva. En el modelo defendido por el presidente dela Cámara de Diputdos para Brasil, el presidente elegido por el pueblo tendría la capacidad de intervención política de una reina de Inglaterra.
En la actualidad, la disputa por la presidencia suele polarizarse entre un candidato de izquierdas y otro de derechas, y los demás partidos forman una coalición con el grupo ganador. Esta dinámica cambiaría si el gobierno dejara de depender de la carrera presidencial.
Tanto el parlamentarismo puro como el semipresidencialismo, cuando hay muchos partidos como en Brasil, tienden a las crisis de ingobernabilidad. Más grave que eso, para la preocupación de este texto: tales gobiernos se forman únicamente por negociación entre los parlamentarios, dejando a los electores y sus votos al margen de la decisión de quién es el primer ministro, es decir, el gobernante.
Esto agravaría la sensación de que el voto es inútil y que los representantes están alejados de la población. Los grupos políticos que han estado en todos los gobiernos, en el ministerio e influyendo en la política, podrían por fin dirigir directamente, nombrando al primer ministro. No necesitarían una candidatura presidencial que convenciera a la población. La estratagema es antigua. En Brasil, el semipresidencialismo/parlamentarismo se parece a esas películas de terror en las que el monstruo o el asesino en serie siempre vuelve.
El gobierno semipresidencial en la historia de Brasil
Es sabido que los militares, que hoy vuelven a incumplir su función constitucional al amenazar reiteradamente a las instituciones representativas, dieron un golpe de Estado en 1964, motivado por la histeria anticomunista. Sin embargo, se olvida que también violaron la democracia tres años antes.
En el período razonablemente democrático que se inició con el fin de la dictadura de Getúlio Vargas en 1945, el presidente y el vicepresidente fueron elegidos directamente por la población, pero en listas diferentes. Así, en 1960 se eligió como vicepresidente a un candidato no alineado con el votado para presidente. El conservador Jânio Quadros ganó con el discurso de “barrer” la corrupción, pero su vicepresidente sería João Goulart, un candidato de izquierdas que defendía reformas básicas. Quadros renunció a la presidencia en 1961 tras ocho meses en el cargo.
Como asociaban a Goulart con el comunismo, en la misma letanía neurótica de la Guerra Fría producida en Estados Unidos, los militares no querían permitir que asumiera el cargo. Sólo cedieron con una condición: que se cambiara el sistema de gobierno. Goulart asumiría el cargo de presidente, pero no bajo el sistema presidencialista.
Tancredo Neves, un político tradicional, se convirtió en primer ministro, mientras que Goulart no tendría los mismos poderes previstos cuando él y Quadros recibieron sus votos en las urnas. Esto suele tratarse como una leve inestabilidad, pero fue una evidente violación democrática: la adopción del semipresidencialismo tuvo la intención deliberada de debilitar al presidente y se produjo bajo amenaza militar. Llamémoslo “golpecito” de 1961 para diferenciarlo del golpe de 1964.
En 1963, la población decidió en un plebiscito si Brasil mantendría el sistema “parlamentario” (en realidad era semipresidencialista, ya que el presidente había sido elegido directamente). La respuesta fue rotunda: el 83% de los votos válidos dijeron NO al parlamentarismo. Descontentos con el regreso de Goulart a su legítimo papel, los militares iniciaron una dictadura.
En 1989, Brasil eligió directamente a un presidente por primera vez en 29 años. En el clima de la destitución de Fernando Collor, en 1992 se aprobó una enmienda a la Constitución para celebrar otro plebiscito en 1993 sobre el sistema de gobierno. Además de elegir entre el presidencialismo y el parlamentarismo, existía la insólita opción de volver a la monarquía, extinguida en 1889.
Hoy existe una ola reaccionaria en Brasil, con cierto apoyo al retorno anacrónico de la monarquía. Mientras que las experiencias de D. Pedro I y D. Pedro II son idealizadas, sus herederos ganan espacio para presentar sus posiciones en la “línea de sucesión” como si fuera relevante. Pero en 1993 la campaña monárquica en televisión no se tomó en serio. Su lema era “Vota al Rey” y argumentaba que los países ricos eran monárquicos: Inglaterra, Japón, Suecia… Incluso con el 69% de los votos válidos que rechazaron el parlamentarismo y el 87% que se opusieron al delirio monárquico, la cuestión no fue enterrada.
¿Quién defiende hoy el semipresidencialismo?
La defensa de un semipresidencialismo/parlamentarismo ganó fuerza durante los 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores de Lula. Aunque existen diversas propuestas, la falta de perspectivas de victoria electoral de la derecha reforzó la idea de que no debe ser la población la que elija al jefe de gobierno.
Los argumentos suelen distorsionar las características de los sistemas de gobierno e idealizar el parlamentarismo. Incluso se llegó al falaz argumento de que el presidente sería débil en el semipresidencialismo sólo si su grupo político no era mayoritario. Es obvio que esto ocurriría, debido a la dispersión de los parlamentarios entre varios partidos y al hecho de que la izquierda ganó las elecciones presidenciales pero tuvo menos del 20% de los escaños parlamentarios.
La solución para desalojar a la izquierda del poder acabó siendo más drástica: el golpe de 2016, con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff sin motivo legal alguno, y la prisión política de Lula, favorito para las siguientes elecciones. Ahora, con Lula nuevamente elegible y liderando las encuestas, con Bolsonaro en segundo lugar, sin que aparezca una candidatura viable de “tercera vía”, vuelve el tema del semipresidencialismo, con un objetivo bastante peculiar en la defensa de su implementación en Brasil.
La democracia brasileña se ha debilitado por la falta de respeto a la voluntad de las urnas. La situación no mejorará alejando aún más a la población del centro de decisión política, como en esta película de semipresidencialismo. Tampoco con una mayor judicialización, con la coronación de tataranietos del antiguo emperador o con el autoritarismo militar. Brasil sólo volverá a tener días de esperanza, bienestar y prosperidad con más democracia.
Artículo originalmente publicado en Latinoamérica21