Las elecciones que nos esperan

Puerta oeste del Palacio Federal Legislativo. Image EFE

Por Michael Penfold*

Venezuela avanza hacia unas elecciones legislativas que son, en sí mismas, singularmente mayúsculas. Todo está en juego. No importa quién gane, hay algo que está escrito: quien pierda puede llegar a desaparecer políticamente.

Para la oposición, perder implicaría un colapso. Para el chavismo, perder implicaría resquebrajar su hegemonía.

Es curioso que unas elecciones legislativas tengan esa connotación en un país tan profundamente presidencialista, pero lo cierto es que nuestra realidad no tiene cabida para los tonos grises y será difícil no mover el péndulo. Algunos prometen negociación y otros clemencia, pero el resultado será más radical porque son muchos los intereses que pudieran ser afectados.

El país va a unas elecciones en un ambiente político descompuesto, con líderes de oposición sentenciados, con intelectuales asediados por los tribunales, con una economía extinguida y con una población en fuga. También con un chavismo atrincherado. Y aunque el país requiera otra cosa (espacios de encuentro, diálogo, prosperidad, empleo, justicia social, probidad), estas elecciones prometen atizar todavía más las heridas que nos afligen.

La población parece cansada y el futuro se borra ante la abrupta caída de los precios petroleros. La sociedad descubre que la crisis no sólo es económica, sino también de liderazgo. Pocos políticos saben interpretar el cambio. Y mientras la población exige que Empresas Polar y PDVSA convivan bajo un mismo modelo o que se flexibilicen los controles privilegiando la protección social, las respuestas son la guerra económica o la simple promesa de más mercado. Mientras la gente quiere que suban el precio de la gasolina pero que aumenten los subsidios al transporte, la respuesta es posponer lo evidente o justificar lo absurdo. Mientras la gente quiere más producción y menos regulaciones innecesarias (así prefieran las colas antes que quedarse sin acceso a los alimentos básicos si se realiza un ajuste), unos hablan de un pasado reciente que es imposible de reeditar y otros repiten lo difícil que sería semejante transformación.

La sociedad se quedó sin intérpretes ni referentes. Ahí estamos. Todos quietos. Esperando el 6 de Diciembre.

«Es muy probable que el chavismo intente desconocer esa nueva realidad electoral a través de su férreo control sobre el TSJ. En ese caso, continuaremos en un contexto altamente polarizado, acentuándose la crisis política y la crisis económica.» Michael Penfold

Pero estos comicios también son singulares porque los votos van a ser traducidos en puestos legislativos de una forma altamente desproporcional: los resultados nacionales no necesariamente reflejarán los mismos resultados en número de curules. Y todo se debe a las características del sistema electoral.

Un voto en Petare, por ejemplo, pesa mucho menos que un voto en Tucupita a la hora de elegir a un diputado. Ésa es la realidad intrínseca de un sistema electoral deliberadamente diseñado para favorecer las zonas menos habitadas, porque para nadie es un secreto que Venezuela posee uno de los sistemas electorales menos proporcionales de toda la región.

En la elección de la Asamblea Nacional, 14% de los puestos que son asignados no lo serían bajo un mecanismo perfectamente proporcional, así que es un sistema que privilegia a distritos rurales y zonas urbanas con baja densidad poblacional (lo cual es un factor que no lo hace menos democrático pero si mucho menos representativo). Sólo un país como Ecuador (marcado por una gran presencia indígena, así como por una franja montañosa que divide geográficamente al país)  tiene una realidad electoral más sesgada hacia la sobrerrepresentación de distritos menos poblados que la nuestra. Y la realidad que plantea esta ingeniería electoral hace que las encuestas nacionales (aquellas que dan una clara victoria a la oposición) no siempre ayuden a esclarecer todo lo que está pasando en los 113 distritos en donde los partidos deben competir para ganar las elecciones: 87 distritos nominales, 23 distritos por estado que son proporcionales y 3 nominales para las comunidades indígenas.

Y, para complicar todo aún más, también hay otra realidad: la política, un elemento que complica predecir el resultado. El chavismo, históricamente, ha ganado con mayor margen en los distritos menos poblados, que son precisamente esos que pesan más a la hora de sumar el número de diputados.  Por esa razón la oposición tiene que hacer un esfuerzo mucho mayor que el chavismo, tanto en la obtención de votos como en la defensa de esos votos obtenidos.

Al chavismo le basta con proteger sus distritos seguros y obtener en promedio un 48% de la votación nacional para asegurar la mayoría simple. La oposición, en cambio, sin ganar los distritos históricos del chavismo tendría que obtener en promedio un 53% de los votos en el resto de los distritos para poder obtener la mayoría de la Asamblea Nacional. Es curioso, pero con ese mismo porcentaje el chavismo obtendría la mayoría calificada. La oposición, en cambio, necesita más del 56% de los votos para alcanzar las dos terceras partes de la Asamblea.

Es muy probable que el chavismo intente desconocer esa nueva realidad electoral a través de su férreo control sobre el Tribunal Supremo de Justicia. En ese caso, continuaremos en un contexto altamente polarizado, acentuándose la crisis política y la crisis económica. Es en ese escenario cuando el desborde social se terminará de convertir en una amenaza y la ingobernabilidad será un signo permanente.

Tampoco es descartable que la presión internacional aumente, obligando al país a entrar en un proceso de negociación y amnistía política que conduzca a profundas reformas y a una nueva etapa de convivencia nacional.

La intensificación del conflicto luce a estas alturas inevitable y la misma tiene profundas raíces en un modelo de gestión administrativo que es ineficiente y en un modelo económico que es inviable.

El chavismo no puede salir de su propio laberinto sin una profunda rectificación y sin una apertura democrática. En su defecto, tendrá que acelerar su arremetida autoritaria. Después de la muerte de Chávez, la base política del PSUV ciertamente quedó con un héroe, pero también quedó sin liderazgo. Ni individual ni colectivo. Y ese liderazgo es vital para impulsar un cambio económico con un sentido de continuidad social. Y esa misma base política hoy está prácticamente desasistida ante el tamaño de la crisis actual.

La oposición enfrenta otro tipo de disyuntiva: si pierde, se divide; es una lucha existencial; pero si gana la mayoría en la Asamblea Nacional, entonces deberá gestionar la amenaza de precipitar un referéndum revocatorio a cambio de concesiones legales y constitucionales. En este caso tendrá que armonizar grupos con intereses y horizontes temporales muy diversos, pero entonces se hará evidente otro cariz de la política: el cambio se jugará en la calle y todos (chavistas, independientes, opositores) tendrán que enfrentar las presiones sociales que supone una crisis económica que va a continuar profundizándose.


Articulo publicado en Prodavinci (22/09/2015)

*Investigador Global del Woodrow Wilson Center, Profesor Titular del IESA en Caracas y Profesor Invitado de la Universidad de Los Andes en Bogotá. Es Ph.D de la Universidad de Columbia especializado en temas de Economía Política y Política Comparada. Fue Director de Políticas Publicas y Competitividad de la CAF Banco de Desarrollo de America Latina. Es Co-autor junto con Javier Corrales de «Un Dragón en El Trópico: La Economia Politica de la Revolucion Bolivariana» (Brookings Institution) que fue seleccionado por Foreign Affairs como mejor libro del Hemisferior Occidental.