La oposición venezolana: rupturas, continuidades y retos futuros

Por Xavier Rodríguez Franco. La Vaguardia

La historia política contemporánea venezolana difícilmente pueda entenderse a cabalidad sin examinar a ese cambiante segmento de la ciudadanía que se identifica como “oposición”. Un sector que trasciende –más por el peso de las circunstancias que por cálculo propio- su rótulo partidista y que se extiende a zonas del tejido social del más variado origen y con la más diversa capacidad de agregación de intereses.

Una etiqueta que con los años se ha convertido en el modus vivendi de un creciente número de ciudadanos que sobrellevan la hostilidad de una retórica excluyente dirigida desde el poder. Algo más que una categoría de identificación colectiva, que encarna un conjunto de actores sociales y políticos, tradicionales y emergentes y del más variado signo ideológico que con los años se han conocido oponiéndose. En buena medida el oponerse a la revolución bolivariana, en especial a la figura de Hugo Chávez, ha sido el principal elemento que les amalgama en términos de objetivos, pero no así en términos de estrategias. Y es que precisamente ha sido su heterogeneidad, además de su principal capital moral y político, ha sido también el principal escollo de organicidad.

De aquí que conocer cuál ha sido su amplio patrón de actuación por casi 15 años, ha sido y es, una importante variable explicativa de la continuidad del chavismo, incluso después de Chávez.

«En buena medida el oponerse a la revolución bolivariana, en especial a la figura de Hugo Chávez, ha sido el principal elemento que les amalgama en términos de objetivos, pero no así en términos de estrategias. Xavier Rodríguez Franco»

Las oposiciones

El sustrato sociológico de la oposición, visto desde sus métodos de acción, su base electoral, su iconografía y hasta en la movilidad de su dirigencia política, nos expresa las huellas de una convulsa supervivencia, que además de haber experimentado la más amplia gama de formas de derrota, también nos revela su amplio recorrido en cuanto a formas de resistencia. La oposición -no siempre en bloque- ha ido a la violencia también a la paz, ha conocido la participación pero también el ausentismo, ha tenido oscilaciones de la desconfianza a la fe ciega, ha deambulado también de la reactividad a la proactividad. Es por ello, que la oposición no siempre ha sido estrictamente la misma ni en personajes, ni en estrategias, por mucho que la retórica del poder trate de verla como el mismo segmento que gobernó al país durante los períodos anteriores. En efecto, para el gobierno la oposición es una suerte de sociopatología (denominada por el aparato comunicacional del Estado como “oposicionismo”) cuyo principal rasgo es que su patrón de acción colectiva permanece estático en la matriz conflictiva del año 2002[1].

Ciertamente, la oposición venezolana pasó de una actuación de confrontación directa con las instituciones y leyes derivadas del proceso constituyente de 1999, a una oposición que hoy mantiene a la estrategia electoral como su principal elemento de identidad y cohesión. Aquella oposición desleal al juego democrático, las instituciones y las leyes que llegó a abandonar las elecciones parlamentarias del 2005, dista sensiblemente de la que conocemos hoy. Su primer esfuerzo de coalición, la “Coordinadora Democrática” (CD) con errores y aciertos abriría paso a lo que hoy es la “Mesa de la Unidad Democrática” (MUD) la cual ha cifrado sus más importantes logros en el plano electoral. La oposición de hoy manifiesta un existencialismo electoral ratificado por su decidida participación, a pesar de condiciones abiertamente asimétricas.

Desde los primeros años de contención política a la revolución bolivariana, la actuación opositora ha demostrado suficientemente que adversar la gestión gubernamental, su narrativa y sobretodo denunciar los excesos de sus aspiraciones hegemónicas, no responde a una argumentación exclusiva a una ideología determinada. Si bien han sido sostenidas las pretensiones de reducir las reivindicaciones de izquierda al partido de gobierno[2] con el paso de los años, el imaginario socialista y algunas de sus organizaciones nacionales e internacionales, así como un importante número de sus dirigentes han hecho ver su distanciamiento con las prácticas estatistas, antidemocráticas y pretorianas del gobierno[3].

De modo que la variable ideológica, en su tándem convencional “derecha e izquierda”, explica muy poco la dinámica política venezolana y la forma de acción de sus actores. En efecto, ni toda la izquierda está con el gobierno, ni toda la derecha está con la oposición, realidad que en la polarización de la opinión pública y su intensidad, queda al margen de las consideraciones dominantes del debate público. Situación que en el caso de la oposición ha representado una especial dificultad para llegar a acuerdos, plantear ideas alternativas, consolidar voceros representativos y en especial para articular estrategias sostenibles en el tiempo, que puedan sobrevivir a los embates de un calendario electoral casi permanente.

La oposición y sus reiteradas zonas marrones

A lo largo de los últimos catorce años, la oposición ha dejado ver notorias tendencias anti-democráticas a lo interno de los partidos que la conforman y en especial con las formas de vinculación con los distintos sectores que componen la sociedad venezolana. Catorce años después de subsistir al margen del poder siguen visibles esas “zonas marrones” al escrutinio público. Muchas de estos comportamientos y su persistencia en el tiempo, han ocasionado estruendosos desmanes electorales, políticos y comunicacionales, antes los cuales han sido tibias las medidas para su remedio.

La más notoria de estas “zonas” ha sido los bajos niveles de democracia interna y baja institucionalidad en los partidos políticos que componen la oposición y que está presente tanto en aquellas organizaciones tradicionales como en las emergentes. Los cargos directivos internos, así como la selección de candidatos y portavoces, han sido nombramientos resueltos por prácticas poco transparentes a la ciudadanía y por decisiones que han estado al margen de estatutos, documentos desconocidos por sus militantes. Situación que ha sido revertida parcialmente por el inédito proceso nacional de elecciones primarias que se celebró el pasado mes de febrero de 2012, en el que participaron todos los partidos que conforman la MUD sujetos a un reglamento común, el cual abarcó el ámbito nacional, regional y municipal.

Por otra parte, ha sido notoria la poca capacidad de influencia y consulta que tienen los actores no partidistas dentro de las decisiones y acciones que asume la dirigencia política opositora reunida en la MUD. Situación que se ha visto reflejada principalmente en la precaria capacidad propositiva de soluciones de consenso respaldada con actores sociales específicos, como colectivos, oenegés o asociaciones de vecinos y que pudieran conllevar a acciones que trasciendan el folclore electoral y que constituyan fórmulas -no electorales- de activismo permanente que mantenga en el plano de las soluciones (y no solo en la denuncia) la acción política opositora.

Otra forma como esta situación ha sido percibida por la ciudadanía es la reiterada propensión al recurso mediático, como forma casi exclusiva de visibilización de la acción política; medios alternativos como redes sociales o actividades de calle han sido esporádicas y atendidas muy recientemente, pero que no gozan de la concurrencia sostenida ni de la interactividad debida de una dirigencia política adicta a las cámaras, los micrófonos y la prensa escrita. Situación atendida y trabajada en las últimas campañas electorales, pero que aún no ha trascendido a la política cotidiana.

Los desafíos que afronta la oposición  en la Venezuela post Chávez

La enfermedad y muerte de Hugo Chávez, en el marco de una agenda electoral permanente que aún no concluye, dejó en franca evidencia la erosión del improvisado andamiaje burocrático de una revolución abiertamente centralizadora y cada vez más dependiente del muy capitalista mercado petrolero global y del carisma omnipresente de un “líder supremo” que ya no está.

Más allá de los rumores sobre intrigas palaciegas, pugnas intestinas y controversias sobre la forma cómo se condujo institucionalmente la sucesión, los herederos del legado político chavista han tenido que centrar esfuerzos en contener los embates del recrudecimiento de la crisis fiscal y monetaria, así como otros problemas de hondo calado como el desabastecimiento, la inflación, la inseguridad y la precarización de la productividad nacional. Problemas que heredan de la decisión de colocar al Estado al servicio de un afán presidencial por la reelección, que creyó poder doblegar una grave enfermedad antes que delegar y desconcentrar decisiones.

Este desvanecimiento del encantamiento popular -manifiesto inclusive en el desplome del capital electoral del chavismo en las pasadas elecciones de abril- ha planteado importantes oportunidades para que la oposición fortalezca sus posiciones, consiga mayor resonancia a su mensaje y pueda eventualmente plantear alternativas políticas de mayor incidencia.

Además de un notable crecimiento de la base electoral de la oposición desde el 2007 y de importantes decisiones estratégicas -como la participación conjunta en las elecciones regionales del 2008, el regreso al Parlamento el 2010, las elecciones primarias del 2012 y los acuerdos para postulaciones de tarjeta única- la MUD tiene importantes desafíos que afrontar en un contexto político mucho más complejo e incierto.

El más acuciante de estos desafíos es el del cuestionamiento a la institucionalidad electoral, especialmente después de lo discutidos que fueron los pasados comicios presidenciales. Las reiteradas denuncias -muchas de ellas ampliamente documentadas- sobre la parcialidad del Consejo Supremo Electoral (CNE) y la desproporcionalidad de las condiciones comiciales, suponen una dificultad estratégica, especialmente fuerte al  convocar votantes. La MUD hasta ahora no ha sido capaz de hacer de las denuncias por igualdad de condiciones electorales, una causa política sostenida independientemente del calendario electoral. Situación, que hasta tanto no se presente una acción política sostenida en el tiempo propositiva, que sugiera una reforma de la legislación electoral, volverá a amenazar esa condición de “electoralismo existencial” antes explicada y tan laboriosamente ganada después de tantas derrotas.

En efecto, la desmovilización electoral basada en esta desconfianza hacia el CNE en cierta manera, se evidenció ya en las poco concurridas elecciones regionales de diciembre de 2012 y en las municipales de 2013. Situación crítica que en el 2013 se ha puesto nuevamente el centro de la polémica, especialmente ante el proceso impugnatorio planteado por Henrique Capriles Radonski y un deficitario proceso de auditoría sin acceso a toda la data electoral correspondiente.

Para las elecciones municipales celebradas el pasado 08 de diciembre, la MUD tuvo que manejarse con mucha prudencia en ese delicado equilibrio discursivo entre las denuncias al CNE y la reactivación de la movilización electoral, en unas circunstancias disímiles, y luego de tres derrotas en las últimas elecciones. Asimismo, debió garantizar el cumplimiento de los acuerdos unitarios en lo atinente a los resultados de las primarias de febrero de 2012, ya que no fueron pocas las postulaciones de dirigentes opositores al margen de estos acuerdos.

Otro de los desafíos que tendrá que afrontar la oposición en el corto plazo, será el plantear una postura política más propositiva para la resolución de los problemas concretos que viven los venezolanos, lo que permitiría capitalizar definitivamente su avance en estratos sociales y zonas del país tradicionalmente conquistadas por el chavismo. Situación que tras el endurecimiento del discurso opositor durante la última campaña presidencial, fue dejándose de lado, retomándose adjetivaciones, acusaciones sin destino y  una intrascendente escalada de hostilidades que pocas soluciones sugirieron a una ciudadanía cambiante que espera más respuestas sobre los “cómo resolver” que sobre los “qué resolver”.

Para ello necesariamente la oposición tendrá que ir abandonando esa pertinaz actitud reactiva que termina hablándole a su propio electorado, activando la solidaridad automática del chavismo y alimentando la hostilidad propia de una polarización en la que cada vez menos presencia tiene, habida cuenta la capacidad de control comunicacional que ejerce aún el Estado. En este sentido, la oposición debe realizar la transición de ser un arreglo estrictamente electoral, para convertirse en una forma respetable de hacer política, que además de distinguirse efectivamente del chavismo, plantee una nueva matriz de gobernabilidad que incluya al sector revolucionario.

«Otro de los desafíos: plantear una postura política más propositiva (…) que permitiría capitalizar definitivamente su avance en estratos sociales y zonas del país tradicionalmente conquistadas por el chavismo.» Xavier Rodríguez Franco

La campaña presidencial del 2012: ¿nueva etapa para la oposición?

Ha sido recientemente en el diseño de la campaña presidencial del 2012, la ocasión en la cual pudimos ver en la oposición ejercicios de triangulación, en los que selectivamente se rescataban aspectos positivos de la política gubernamental, llegándose a plantear soluciones que no representaban ni una confrontación directa, ni soluciones suma cero que alimentaran la narrativa «conspiranoica» del poder. En cierto sentido, la campaña que realizó Capriles a nivel nacional representó la piedra angular de un nuevo momento político para la oposición.

Pudimos presenciar una adaptación efectiva de su capacidad discursiva a los rigores de una Venezuela desvertebrada por el centralismo rentista más desolador. Lo cual representó también una lección conmovedora para propios y extraños de la clase política opositora. El buscar los votos «casa por casa» en la Venezuela profunda que se escondía de la lluvia bajo la publicidad del candidato oficial, descolocó el andamiaje político opositor y lo sintonizó con la agenda propositiva, con esa que está más allá de un estudio de televisión en horario estelar.

Otro acierto de ese diseño de campaña, lo representa la regionalización de lo venezolano. Empezar y terminar la campaña en el interior del país, y no en las grandes zonas urbanas, lanzó un mensaje de expansión del concepto de nación largamente olvidado por la clase política nacional. Lo cual busca reconectar nuevamente a la ciudadanía con aquella olvidada idea del federalismo, hoy mero ornato constitucional y un rasgo invisible en la construcción colectiva del concepto de nación. La campaña de Capriles consiguió llenar de entusiasmo todo aquello que enriquece lo nacional, lo distinto y complementario. «La política en Venezuela va más allá de Caracas» decía Capriles, una idea simple pero olvidada en el activismo de la oposición.

Pero el avance estratégico más representativo de las dos campañas presidenciales que ha realizado la oposición, ha sido la reconquista de la autonomía política. La campaña de Capriles, por momentos, logró lo que el gobierno por años había forzado imponer laboriosamente con su creciente aparato comunicacional: marcar la pauta temática de la política en Venezuela. Después de tanta pugnacidad y reactividad, la oposición demuestra tener agenda política propia, rango de movimiento y cobertura expansiva de su mensaje.

Como vemos, no han sido pocos los avances que ha logrado la oposición en los últimos años en Venezuela. Sin embargo, el desafío más amenazante que se asoma en el futuro inmediato es el encumbramiento de Henrique Capriles como líder indiscutido de la oposición, sin que se consolide previamente la democracia interna de la MUD y sobre todo la capacidad propositiva de una oposición cada vez más experta en elecciones pero desatenta en el diseño de políticas públicas alternativas creíbles y viables para la Venezuela actual.

Henrique Capriles además de gobernador del estado Miranda, fue Jefe de Campaña para las elecciones municipales, buscándose nacionalizar la elección con su figura. Sin embargo esta es una decisión que generó desconcierto en su electorado, ya que la misma persona que reclama haber sido “robada” en las últimas elecciones es la que buscó promover la participación en un proceso electoral abiertamente adverso. De modo que la crítica sobre las condiciones electorales, volvió a ser conducida de manera reactiva y coyuntural, llegándose a erosionar la imagen de su gestión en tan importante entidad pública.

En cualquier caso, la oposición venezolana de hoy es viva expresión de heterogeneidad y de una respetable propensión a la resolución electoral de las diferencias políticas. La oposición venezolana representa la reserva moral de la diversidad frente a la homogeneidad que promueve un modelo político hegemónico, omnipresente y excluyente, con poco espacios para la discrepancia y que se cree imprescindible para la existencia de la nación. Hoy más que nunca, la nación no puede explicarse en su totalidad sin incluir a la oposición. [Realidad producto de la persistencia en la consolidación del carácter pacífico y electoral de su acción colectiva].

Notas

[1] El año de mayor conflictividad política en la historia reciente de Venezuela, en el que además de importantes huelgas generales, protestas callejeras y paros en sectores estratégicos como el petrolero, por horas se depuso el gobierno que lideraba Hugo Chávez.

[2] Inicialmente denominado Movimiento Quinta República (MVR) y desde el año 2008 Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).

[3] Prácticas como la reiterada exclusión del PSUV a los partidos minoritarios que conforman la coalición “Gran Polo Patriótico” los cuales en las pasadas elecciones del 14 de abril, jugaron un papel determinante en la estrecha victoria de la candidatura de Nicolás Maduro. A pesar de ello, no han sido incluidos de ninguna manera en la conformación del actual gobierno.


Artículo publicado en La Vanguardia (España). Dossier N. 49 «Venezuela después de Chávez«. Octubre – Diciembre 2013

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